Memoria de mi madre
Bruno Marcos
Iba ya a irme cuando salimos a la terraza y nos sentamos entre esa selva de plantas que tapa la calle por todos los lados menos por un pequeño hueco. Entonces le dije que había estado escribiendo un diario este año y que, tal vez, saliese en un libro. Ella, mientras se abanicaba, me contestó que esa planta que teníamos delante era un guindo y que este año estaba verde pero el pasado había estado rojo. Yo le contesté que salían algunas de sus cosas y entonces se puso contenta y me preguntó: “¿Has escrito un diario?”. “Sí, -respondí- algo parecido”.
Mi madre siempre ha tenido para mí un aire de dueña de una memoria que permanece frente a todo intento de ser ultrajada, es como si tuviera una posesión, una historia, transmitida al fuego de la chimenea de esa casa que se empeñaban en no arreglar, en dejar caer. Con ridículas excusas hereditarias creo que lo que pretendían era conservarla intacta, albergando en su deterioro la memoria como debe ser, cada vez más estropeada. Lo verdaderamente original era entrar en ella como estaba, como hace 50 años, porque hace 50 años, en los pueblos, se vivía como hace 300, como hace 1000. Recuerdo que una vez, de muy pequeño, frente a la casa, vi a un hombre trillar. Sobre un lecho de espigas doradas, de pie sobre el trillo, el hombre se deslizaba empujado por una mula haciendo círculos, deteniéndose, cada poco, bruscamente para recoger los excrementos del animal antes de que rompiesen, al caer, ese suelo prístino de trigo.
Si toda la familia de mi padre eran –son-, más o menos, gente impulsiva, altiva, alegre e irascible, la de mi madre era –es- un núcleo adensado de memoria, cerrado en su interpretación y repetición de la historia. Ella fue la más cosmopolita de ellos. Por hacer compañía a unos parientes que no tenían hijos se fue a la ciudad algunas temporadas, lo que le costó un cierto sentimiento de orfandad. Me la imagino muchas veces, llorando sola, la primera noche fuera de casa.
-Ten cuidado con lo que escribes- continuó- pueden volver aquellos tiempos.
-No, eso ya no vuelve. Ahora sólo te podrían hacer algo los terroristas.
-Y de esos no hablas, ¿no?
-No.
-O poco, ¿no?
-Sí, poco.
-En una guerra lo peor es al principio. Hay que intentar salvarse de los comienzos. Mira a V. le salvó la vida nuestra familia. Porque era obrero venían a por él y estaba allí, en nuestra casa, haciendo un suelo. Entonces Tío Zacarías se puso la gorra y la camisa de Falange y, con tu abuela, fue al furgón y dijo que a V. lo sacaran, que ellos respondían por él. Y el del fusil dijo asombrado: “Pues teníamos orden de, entre este pueblo y el siguiente, matarlo”.
-Creo que el paseíllo no lo inventó Franco, que fue un ministro de principios de siglo que sacó la ley de fugas que decía que si uno huía se le podía matar, por eso les decían que corriesen.
-Bueno, uno allí se salvó por eso, porque le dijeron que corriese y se escondió, pero estaba tan angustiado que cuando llegó a una caseta se cortó las gorjas, sobrevivió, pero ya ves, después de salvarse de los fusiles se corta él la garganta.
-Estaría tan aterrado que prefería suicidarse a que le encontrasen...
-A otro le dijeron: “Corre”. Y él pobre hombre preguntó: “¿Hacia dónde?” Y le contestaron: “Corre tonto”. Y, claro, le mataron.
Yo he pensado muchas veces en lo injusto de la memoria, que pasen a la literatura o a la historia, la vida, las ideas de unos pocos, de aquellos que, por poder, suerte o habilidad con las palabras, pudieron estampar lo suyo en el tiempo. Yo mismo, si escribía, me preguntaba por qué tenía más derecho a engañar un poco más al tiempo que mi madre, tan sólo porque ella jamás haya escrito nada.
Espejeaban los rayos sobre el cielo de la tarde de un día que finalizaba y empezaba a contarme mi madre la historia del pastor analfabeto políticamente al que denunció otro pastor y yo escuchaba, aunque la hubiera oído tantas veces, sin contestar ya a nada, como si mi verdadero estado fuera ese, el de escuchar.
Ella sabe que, con la repetición, se graba en el tiempo ese pasado mucho más que con todos los libros que yo pudiera escribir. Sí, me hace caso, supongo que le hace ilusión que escriba un libro, pero vuelve a relatar lo ya escuchado como si yo debiese aprender no a escribir libros sino a repetir esas historias, a contárselas a mi hijo cuando nazca, a repetirlas, suavemente, como el hombre del trillo que se deslizaba sobre el trigo, dando vueltas, con cuidado de que ningún excremento las manche, dándoselas a los de la misma sangre en lugar de a todos, como hacían ellos al calor de la cocina, porque los de la misma sangre son los verdaderos custodios de la historia.
*Fotografía Juan Carlos Carbajo
Iba ya a irme cuando salimos a la terraza y nos sentamos entre esa selva de plantas que tapa la calle por todos los lados menos por un pequeño hueco. Entonces le dije que había estado escribiendo un diario este año y que, tal vez, saliese en un libro. Ella, mientras se abanicaba, me contestó que esa planta que teníamos delante era un guindo y que este año estaba verde pero el pasado había estado rojo. Yo le contesté que salían algunas de sus cosas y entonces se puso contenta y me preguntó: “¿Has escrito un diario?”. “Sí, -respondí- algo parecido”.
Mi madre siempre ha tenido para mí un aire de dueña de una memoria que permanece frente a todo intento de ser ultrajada, es como si tuviera una posesión, una historia, transmitida al fuego de la chimenea de esa casa que se empeñaban en no arreglar, en dejar caer. Con ridículas excusas hereditarias creo que lo que pretendían era conservarla intacta, albergando en su deterioro la memoria como debe ser, cada vez más estropeada. Lo verdaderamente original era entrar en ella como estaba, como hace 50 años, porque hace 50 años, en los pueblos, se vivía como hace 300, como hace 1000. Recuerdo que una vez, de muy pequeño, frente a la casa, vi a un hombre trillar. Sobre un lecho de espigas doradas, de pie sobre el trillo, el hombre se deslizaba empujado por una mula haciendo círculos, deteniéndose, cada poco, bruscamente para recoger los excrementos del animal antes de que rompiesen, al caer, ese suelo prístino de trigo.
Si toda la familia de mi padre eran –son-, más o menos, gente impulsiva, altiva, alegre e irascible, la de mi madre era –es- un núcleo adensado de memoria, cerrado en su interpretación y repetición de la historia. Ella fue la más cosmopolita de ellos. Por hacer compañía a unos parientes que no tenían hijos se fue a la ciudad algunas temporadas, lo que le costó un cierto sentimiento de orfandad. Me la imagino muchas veces, llorando sola, la primera noche fuera de casa.
-Ten cuidado con lo que escribes- continuó- pueden volver aquellos tiempos.
-No, eso ya no vuelve. Ahora sólo te podrían hacer algo los terroristas.
-Y de esos no hablas, ¿no?
-No.
-O poco, ¿no?
-Sí, poco.
-En una guerra lo peor es al principio. Hay que intentar salvarse de los comienzos. Mira a V. le salvó la vida nuestra familia. Porque era obrero venían a por él y estaba allí, en nuestra casa, haciendo un suelo. Entonces Tío Zacarías se puso la gorra y la camisa de Falange y, con tu abuela, fue al furgón y dijo que a V. lo sacaran, que ellos respondían por él. Y el del fusil dijo asombrado: “Pues teníamos orden de, entre este pueblo y el siguiente, matarlo”.
-Creo que el paseíllo no lo inventó Franco, que fue un ministro de principios de siglo que sacó la ley de fugas que decía que si uno huía se le podía matar, por eso les decían que corriesen.
-Bueno, uno allí se salvó por eso, porque le dijeron que corriese y se escondió, pero estaba tan angustiado que cuando llegó a una caseta se cortó las gorjas, sobrevivió, pero ya ves, después de salvarse de los fusiles se corta él la garganta.
-Estaría tan aterrado que prefería suicidarse a que le encontrasen...
-A otro le dijeron: “Corre”. Y él pobre hombre preguntó: “¿Hacia dónde?” Y le contestaron: “Corre tonto”. Y, claro, le mataron.
Yo he pensado muchas veces en lo injusto de la memoria, que pasen a la literatura o a la historia, la vida, las ideas de unos pocos, de aquellos que, por poder, suerte o habilidad con las palabras, pudieron estampar lo suyo en el tiempo. Yo mismo, si escribía, me preguntaba por qué tenía más derecho a engañar un poco más al tiempo que mi madre, tan sólo porque ella jamás haya escrito nada.
Espejeaban los rayos sobre el cielo de la tarde de un día que finalizaba y empezaba a contarme mi madre la historia del pastor analfabeto políticamente al que denunció otro pastor y yo escuchaba, aunque la hubiera oído tantas veces, sin contestar ya a nada, como si mi verdadero estado fuera ese, el de escuchar.
Ella sabe que, con la repetición, se graba en el tiempo ese pasado mucho más que con todos los libros que yo pudiera escribir. Sí, me hace caso, supongo que le hace ilusión que escriba un libro, pero vuelve a relatar lo ya escuchado como si yo debiese aprender no a escribir libros sino a repetir esas historias, a contárselas a mi hijo cuando nazca, a repetirlas, suavemente, como el hombre del trillo que se deslizaba sobre el trigo, dando vueltas, con cuidado de que ningún excremento las manche, dándoselas a los de la misma sangre en lugar de a todos, como hacían ellos al calor de la cocina, porque los de la misma sangre son los verdaderos custodios de la historia.
*Fotografía Juan Carlos Carbajo
7 Comments:
van a publicarte ,va a tener razón mielgo, y yo que no le hacia caso.
saldré en los titulos de credito al lado de la santa compaña .
tengo sed...
la palabra se cumplió
somos jóvenes y hermosos, pero la noche nos iguala a todos.
donde está larsen,donde se esconde???
craven iluminanos con tu cinismo.
el cueervo desplumado huye del nido .
somos luz y cegamos...
¿¿¿¿¿¿quien es ese que hace las fotos carbajo???pero si esas fotos la hace mi hijo de tres años por dios fallan las fotos del carbajo este que al parecer n tiene ni idea me gusto mucho el blog menos eso
estoy totalmente de acuerdo contigo,no soy fotogafo sino pornostars
a mi la foto me la pela, la palabras del cuervo en verano también, el usuario anonimemo y elcarbajo,tristes personajes de este sainete decadente...
craven sáslvanos de la mediocridad.
Leteo sigue con vida,sarabia??
no sufras, la catarsis te purifica del fuego eterno....silencio.se escucha la sirena de los bomberos
NO PUEDOdormmir y el cuervo sigue mudo.algo estara tramando ese noctámbulo, será su proximo articulo ????
Beatrice perdona ms incoherencias, aliviame con tu mirada, esccapemoos al inferno.
Me encuentro como en casa en esta galería de locos insomnes.
Me voy a la playa a pescar suicidas
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